Desconfiados, pero interesados
* Por Ximena Jara, socia directora de Factor Crítico. Columna publicada en La Segunda (30 de enero 2023).
Según la encuesta Pulso Ciudadano, más de la mitad de las personas confían poco o nada en el nuevo proceso constituyente. Y aunque estas cifras suenan lapidarias, el mismo estudio nos hace saber que 4 de cada 10 personas están muy interesadas o interesadas y, si sumamos a quienes están medianamente interesados, son 6 de cada 10. En simple: desconfiamos, pero estamos mirando el proceso con interés creciente. Ese interés ofrece una oportunidad que es necesario aprovechar si se quiere hacer viable el camino hacia una nueva constitución.
Los partidos políticos lideraron el acuerdo que posibilita el proceso bajo el rayado de cancha del fracaso del 4 de septiembre, con una derecha durísima en sus condiciones. Se hizo lo que se pudo. Determinados los “bordes” de la nueva carta de manera casi intrusiva para el debate de los constituyentes, los partidos han nombrado sus expertos y expertas, ratificando el carácter institucional del proceso hasta aquí y el riesgo de que la deliberación sea exclusivamente de las élites.
¿Cómo no desconfiar? La ciudadanía ha sido llamada a ser testigo desencantado y silencioso de un segundo intento sin épica y a puerta cerrada, al que parece que solo podrá aprobar o rechazar, en un ejercicio muy propio de los años 90.
Pero la legitimidad del proceso es crucial, y por eso, a partir de este momento, debería incorporar a la ciudadanía de manera creciente. Es posible y es necesario.
En primera instancia, los contenidos del anteproyecto debieran reconocer a la ciudadanía las materias sobre las cuales los poderes del Estado deben pronunciarse y actuar. Mecanismos de democracia directa, como las iniciativas populares de ley o los referéndum revocatorios, deberían no solo estar presentes, sino ser comunicados de modo preferente.
En segundo lugar, el proceso incluye espacios para que la ciudadanía determine parte de los contenidos que deberá sancionar el Consejo Constitucional y presentando indicaciones, a través de un proceso coordinado por las Universidades Católica y de Chile. Ese ejercicio debe ser sólido y difundido, pero hasta ahora ha estado en la trastienda.
Y en tercer lugar, la docencia y la comunicación de los contenidos del nuevo proyecto deben desplegarse a lo largo y ancho de Chile de un modo que hasta ahora no se ha visto.
Es cierto que el anterior proceso constituyente generó un texto con importantes falencias, pero también es cierto que parte importante de su fracaso se entiende desde la imposibilidad de que los contenidos fueran más importantes que la performance que muchos constituyentes nos regalaron. Resolver estos problemas pasa por una deliberación con altura republicana en el fondo y en la forma, pero también por la docencia necesaria, y las estrategias de comunicación que permitan que el contenido del texto sea más relevante que los personalismos que podamos ver en el trayecto.
Es central que, junto con los criterios de realidad que nos permitan ajustar expectativas, despleguemos los gestos necesarios para que el grueso de la ciudadanía desconfiada que, sin embargo, atisba con expectación lo que ocurre, tenga motivos para no dejar caer la esperanza de una constitución que ayude a sanarnos, de una vez por todas, de la constitución de Pinochet.