La tercera, ¿es la vencida?

* Por Ximena Jara, socia directora de Factor Crítico. Columna publicada en La Segunda (13 de febrero 2023)

Acto uno: la candidata de Jarpa.

Año 1992. Una joven Evelyn Matthei figura entre las figuras políticas más interesantes de la derecha, junto con dos hombres que, además, son sus íntimos amigos: Sebastián Piñera y Andrés Allamand. A la hora de definir una precandidatura presidencial en RN, Allamand es proclive a apoyar a Piñera. Sergio Onofre Jarpa, en tanto, apoya a Matthei. La rivalidad escala, hasta que llega el célebre episodio de la radio Kioto, orquestado por la propia precandidata, lo que dinamita la candidatura de Piñera, pero también la propia. En noviembre de ese año, entre lágrimas, Matthei lamenta su error y se baja de la contienda.

Acto dos: la hija del (otro) general.

Año 2013. Matthei, ahora en la UDI, no solo ha subsistido a su destrucción, sino que ha logrado ser senadora desde 1998 hasta 2011 por la región de Coquimbo y – exorcizando sus propios demonios – forma parte del primer Gobierno de Piñera, como ministra del Trabajo. A última hora, y tras la dramática bajada de Pablo Longueira, es designada como contendora de una rival imposible: Michelle Bachelet Jeria, una conocida de toda la vida, hija de un general de aviación respetuoso de la constitución, exactamente lo contrario del suyo. La comparación no la ayuda, se crispa constantemente y, a pesar de ser buena política, sabe que la han puesto ahí para perder. Y pierde.

Acto tres: Tía Evelyn.

Año 2022. Evelyn Matthei es la figura política con más aprobación, según encuesta Cadem. Tras parapetarse exitosamente como alcaldesa de Providencia, esbozando una voz ponderada y dispuesta a conceder puntos políticos a sus rivales, Matthei ha logrado exhibir atributos valiosos en el contexto de polarización actual. Siendo una gran polemizadora durante toda su vida política, ha preferido una voz más de consenso, trabajando con alcaldes de Izquierda, como Irací Hassler o con personeros de gobierno, como el subsecretario de desarrollo regional, Nicolás Cataldo, de quien ha declarado que es “encantador”.

Rápida lectora de las dinámicas de las redes sociales y la política de las emociones, ha logrado conectar no solo con los vecinos de su comuna, sino con las audiencias amplias a través del humor – tiene la valiosa capacidad de reírse de sí misma, de reivindicar y capitalizar el meme – o la exhibición de sus habilidades para coser y tejer, desde la cual refuerza la idea de una mujer sencilla y capaz de hacer realidad proyectos personales en distinta escala.

Desde la gestión, ha elegido iniciativas que le potencien la idea de una ciudad que mejora su rostro sin desmerecer las demandas sociales de los contrarios. Su evaluación crítica del estallido, capaz de poner desafíos complejos a la derecha, proclama nuevos mínimos a partir de los cuales es necesario pensar la democracia, lo que le ha valido tanto enconos entre su sector como creciente validación popular.

Como otros alcaldes – como Carter o Codina – aprovecha la cotidiana cercanía con las personas para sostener sus discursos políticos. Muchos antes lo han hecho en el pasado, con resultados igualmente promisorios, como Joaquín Lavín o Daniel Jadue, sin que eso haya llegado a un buen puerto electoral, porque no es lo mismo administrar discursos concretos, fuertemente arraigados en el territorio, conectando desde ese lugar con los grandes temas, que estructurar un gran discurso nacional que conecte agendas parceladas, que movilice territorios, votantes y problemáticas amplias y disímiles.

No sabemos aún cómo se llama la obra, ni cuál es su desenlace, pero la protagonista ha comprendido al menos tres grandes claves de la política moderna: la comunicación de las emociones y las pequeñas épicas como forma de identificación; la necesidad de voces ordenadoras en nuestro actual contexto de incertidumbres políticas y la necesidad de incorporar la conversación ciudadana como un insumo permanente de sus salidas públicas.

De su estrategia para salir del ámbito local al nacional, manteniendo estas características, depende que el sueño incumplido que abrazó el lejano 1992 tenga espacio real en la competencia, tres décadas más tarde.

Enzo Abbagliati