No somos bipolares
* Por Ximena Jara, socia de Factor Crítico. Columna publicada en La Segunda (10 de abril 2023).
La más reciente encuesta Cadem da cuenta de una variación radical en la aprobación de carabineros: la cifra pasó del 44%, en 2020, a 79%, y han sido 25 puntos porcentuales solo en lo que va de año. Adicionalmente, de las diez instituciones mejor evaluadas, cinco son entidades armadas y de orden.
En su libro Cómo estudiar la autoridad (2021), Kathya Araujo plantea que la idea de autoridad ha sido crecientemente resistida porque está asimilada al autoritarismo. El abuso sostenido institucional generaría una reacción que deslegitima toda forma de autoridad, a priori. Es algo que vimos fuertemente en 2019, con evaluaciones institucionales muy bajas, y la exigencia de que el proceso constituyente estuviera redactado por quienes no representaran estos mundos. Casi 2 tercios de los convencionales del proceso pasado correspondían a independientes.
Pero, advierte Araujo, la autoridad es necesaria para la administración de las asimetrías de poder; es decir que la autoridad, además de solo mandar, tiene la función de coordinar, organizar y proteger. Es necesaria para que no impere la ley de la selva. Esa dimensión ordenadora se echa en falta especialmente en tiempos de incertidumbre y de inseguridad, lo que explicaría por qué no solo asistimos a una especie de nostalgia del país que éramos, sino también a una revalorización de aquello que representa la mano ordenadora y protectora de esa autoridad (el Registro Civil, el Servel, El Servicio de Impuestos Internos y el Banco Central están también en los primeros 10 puestos de valoración).
No somos, por tanto, una sociedad bipolar, sino que diversos marcos de interpretación – y de propaganda – nos hacen sentido en la medida que un aspecto de nuestra relación con la sociedad y con las instituciones se hace más fuerte que otro.
El despertar de Chile, tras 30 años en los que las mejoras no se condecían con el nivel de desprotección y vulnerabilidad de los individuos en el plano social o laboral, hizo sentido a 8 de cada 10 personas, con base en la conciencia de abuso sostenido, violencia institucional e incertidumbre existencial. Hoy la crisis viene expresada en el miedo a salir a la calle y sufrir un asalto violento, o que nuestros seres queridos lo sufran. Para esa incertidumbre se ofrecen marcos conceptuales que tienen que ver, esencialmente, con el “descuido” que se hizo de la institucionalidad de Carabineros durante el estallido.
La pugna entre estos marcos excluyentes de interpretación no nos puede hacer perder de vista la continuidad de una realidad, cual es la desprotección y vulnerabilidad en la que – en casi todas las áreas de la vida – sienten que están las personas en Chile.
Para responder a esa necesidad de certidumbre no bastan respuestas reduccionistas del tipo “zar contra la droga” o “escuadrón de elite con alto poder de fuego”, del mismo modo que no fueron respuestas razonables el estatizarlo todo o demonizar cada instancia de lo político. El fracaso de esas ideas sensacionalistas redunda en el descrédito del pacto social como un todo, y la vulnerabilidad ante respuestas autoritarias o populistas que prometan “resolver” el problema.
Quizás sea tiempo de pensar en nuevos marcos, más integradores, que permitan respuestas complejas y articuladas, por más que les pese a los liderazgos del miedo.