El relato presidencial cuando #ChileDespertó

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* Por Ximena Jara, Directora de Factor Crítico.

Los relatos tienen, al menos, tres grandes desafíos:

1)      Ser coherentes con quienes los sostienen.
2)      Tener capacidad de interlocución con los otros relatos que intervienen en la conversación.
3)      Tener la capacidad de convocar, conmover o convencer a quienes lo escuchan.

Es en esta interacción de relatos, a veces matizados, a veces derechamente en pugna, que se posibilita el diálogo y la generación de nuevos sentidos colectivos, modelando dinámicamente la emotividad, la mentalidad y la toma de decisiones tanto en el ámbito social y político como en el plano íntimo y familiar.

Al mirar los relatos que por estos días han circulado en la calle, en los medios y en las redes sociales, la primera constatación es que el diálogo entre la ciudadanía que se manifiesta y el Gobierno, concretamente, el Presidente de la República, no ha ocurrido.

Mientras el relato del Presidente insista en negar el trasfondo del relato ciudadano que lleva a las personas a las calles, el diálogo al que invoca tiene pocas perspectivas de fructificar.

La ciudadanía ha marchado con demandas estructurales en el ámbito de los derechos sociales, urgiendo una agenda estructural para que la vida de las personas sea menos precaria y angustiosa. Es, en este sentido, una reivindicación de la dignidad de la vida en Chile, y contra los abusos y las inequidades que experimentan cotidianamente.

En el discurso del Presidente sobre este movimiento social, sin embargo, ha predominado el énfasis antivandálico y anti delincuencia, con pocas concesiones al fondo del asunto planteado por la ciudadanía (la nube de palabras que ilustra este posteo es elocuente).

Los discursos del 18, 19 y 20 de octubre tienen como primera idea expresada el combate a la violencia. Esto llega a su máximo el día 20, con la consabida declaración de guerra, de la que debería después desdecirse. Sólo el lunes 21, tras una condena transversal a la belicosidad de sus palabras, el Presidente inició de otro modo su intervención: “reconozco y valoro el derecho de todos los chilenos y chilenas a manifestarse pacíficamente.  Comprendo, comparto y he escuchado con atención y con empatía sus carencias, sus dolores, sus problemas, sus sueños y sus esperanzas de una vida mejor para ustedes y para sus familias”. A renglón seguido, sin embargo, condena la delincuencia y la violencia una vez más, estableciendo un divorcio entre las prioridades de su relato y las prioridades del relato ciudadano.

En medio de este ánimo, de esta interpretación marco, el Presidente va haciendo sus anuncios. Anuncios que dicen responder a las demandas sociales, pero que se insertan en discursos que no logran interlocución con las calles. En estos discursos habla de “una pérdida de vidas, inocentes algunas”; agradece una y otra vez la labor de Carabineros y las Fuerzas Armadas; hace foco en la violencia pero dice comprender perfectamente lo que la ciudadanía está diciendo y comete errores de fondo y forma que hacen fracasar el propósito de dialogar.  

Mientras el relato de la ciudadanía es coherente, convocante y tiene una alta capacidad de conmover cada vez a más personas, el del Presidente ha sido errático (va desde la guerra hasta la unidad nacional), inconsistente (dice comprender las demandas de la ciudadanía, pero convierte una manifestación política, la del viernes 25, en una marcha de la alegría, restándole peso y densidad) y poco empático.

Mientras el relato del Presidente insista en negar el trasfondo del relato ciudadano que lleva a las personas a las calles, el diálogo al que invoca tiene pocas perspectivas de fructificar.

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