Al margen de la historia
* Por Ximena Jara, socia de Factor Crítico. Columna publicada en La Segunda (3 de junio 2021)
Al sacarse la fotografía tradicional junto a su gabinete antes de la cuenta pública, el Presidente vivió un momento de perplejidad: se había situado en un punto, pero no era el que le estaba asignado; se movió hacia un costado, miró hacia atrás y, finalmente, los ministros le indicaron su lugar en la imagen.
Minutos después la situación se repetía durante la cuenta pública, esta vez con su narrativa. En un mandato de 4 años, así como la primera cuenta traza una promesa con su horizonte, la cuarta la cierra, rinde cifras y busca mostrar aspectos en los que el avance de un gobierno es tangible. Pero tan importante como ello: es la oportunidad en que un mandatario o mandataria enuncia su sello en la historia de Chile: la línea que, espera, contendrán los textos del futuro y en la que se resumirá su espacio en la República.
“Chile ya es hoy, por fin, de nuevo, país de libres. Nunca más país de opresión”, decía Ricardo Lagos en su última cuenta.” Michelle Bachelet, al terminar su primer mandato, aseguraba: “fue en este jirón de la historia cuando Chile decidió que haría surgir de su libertad un manto protector de justicia para todos.” El mismo Sebastián Piñera, en 2013, anunciaba: “El coraje con que enfrentamos la reconstrucción, la fe con que rescatamos a nuestros mineros, la unidad con que celebramos nuestro Bicentenario, y la voluntad con que recuperamos nuestro dinamismo económico, muestran a un pueblo fuerte y sano.”
Pero esta cuenta presidencial, sin embargo, ni fue, en estricto rigor, una cuenta, ni logró situar a Piñera ante la historia.
Chile vive procesos de gran magnitud. Una Nueva Constitución se abre camino, y sus redactores – por primera vez un corpus plenamente ciudadano – comienzan a sesionar en solo unas semanas. Los cerrojos del modelo neoliberal estallaron y se desploma el sistema de seguridad social ideado por el hermano del Presidente, todo ello magnificado por la tardanza e insuficiencia de las ayudas sociales de cara a la pandemia. La democracia representativa hace agua por los cuatro costados, ante la exigencia de participación que relega a los partidos políticos a un lugar de incertidumbre y descrédito.
Piñera pudo situarse en este proceso que lo excede y reclamar el sitio de quien, valorando la democracia por sobre la fuerza, ha preferido sus derrotas personales y sectoriales a la ruptura de la institucionalidad, por ejemplo. Pudo reinterpretar la república como ese espacio que se regenera a sí mismo, ensanchando la democracia aún a costa de crisis o violencia. Pudo juntar, en último término, un collage de pequeñas iniciativas que le permitieran, al menos, tomar un sitio dentro de la historia de la pandemia, como el gobierno que vacunó a una velocidad inusitada a toda su población, de manera gratuita, segura y universal. Pero todos esos temas fueron pequeños balbuceos en su narrativa y, en su lugar, y consciente del enorme vacío de gestión y de sentido, eligió que la historia le pasara por el lado. Eligió hacer un pase de magia obvio e improbable, reñido con él mismo, con el propósito de cambiar de tema, como es el matrimonio igualitario. Confrontado a la gran narrativa de su época, optó por la anécdota.
A diferencia de la fotografía oficial, en su discurso, hecho de promesas de corto alcance, Piñera optó por salir de la imagen de su propia administración, dejando sola a su coalición y situándose al margen de la historia.